UNA
MARIPOSA EN LA NEVERA
No sé de dónde ha venido ni por qué sus alas se estiran ahora hacia la luz,
una bombilla pequeña que ataca lo justo a sus ojos, que ilumina un grano de
uva,
la boca muerta de un alfiler que ayer fue salmón o rosa en polvo.
Lo ignoro todo de ella pero su hermosura me hace perder el hilo de la
conversación.
Un instante antes de abrir el frigo hablaba con la voz ausente de mamá,
con su pelo quemado en las puntas, con sus dientes al filo del color amarillo y
la distancia.
Entonces la vi, diminuta y jovial, revoloteando sobre el paisaje estéril de
aquella bombilla.
No sé de dónde ha venido,
ni si un huevo que yace muerto en el tercer estante ha sido el encargado de
hacerla germinar.
Tal vez sus alas se hayan apretado en el otoño de un desierto, en la sed
consumida de un relámpago.
No sé
(eso digo cuando mamá se pone a gritar al otro lado /
e imagino sus medias temblar / el televisor cambiando el canal de su tragedia /
la calle sin afeitar porque es temprano y duerme / o se acurruca en el pecho de
una habitación).
Sin embargo yo abro una y otra vez las puertas del frigo y la contemplo ahí,
en movimiento continuo, haciendo girar la órbita de las uvas,
el jugo de este mundo mínimo que espera.
No sé
( yo insisto y mamá amenaza con dejarme sin mi parte de herencia
si no le doy muerte de inmediato a la maldita mariposa /
un manotazo firme / dice
un estirón de orejas / dice
el aliento de una vocal muy ancha cerca /
algo así como el asombro de una
O /
el terror de un E que viene a lomos de un disparo /
cualquier cosa menos la mosca /
(mariposa corrijo yo ) /
mosca o vagabunda
o delincuente insiste ella).
Y me pongo a pensar en aquel pobre que pide a las puertas del supermercado,
en el gas que calienta los huesos de una anciana en un piso de cincuenta
metros,
en las guerras que no he visto,
en mariposas de distinta raza o piernas amputadas mientras hacen la cola del
pan,
en balcones muy sucios donde ya no se detienen las golondrinas.
Pienso en lo oscuro ahora, en los cajones sin manos,
o en el retrato aquel donde papá respira el polvo de su propia ceniza.
Tantas cosas que han dejado de moverse...
Tantas nubes escupiendo una lluvia de metal y espinas...
Pero la mariposa sigue imperturbable dando vueltas alrededor de la luz,
sobre un pálido resplandor que se adormece,
en el interior de este ataúd que llamamos frigo.
Ella sola,
refocilándose en el hambre de los que aún no han nacido
pero vendrán a una tierra de silencio y dientes.
“¡Mátala!”( dice mamá desde el otro lado de su laxitud)
Mamá que tiene hora en la peluquería.
Mamá que aspira a un chalet con columpio caníbal.
Mamá que ya no sabe llorar ni entiende que las mariposas andan,
recorren vientres y relojes, paren hombres con corbata entre las piedras,
lamen recibos de la luz en el interior de un frigo que se ha puesto a sangrar.
Y yo que miro, que acaricio algo parecido a una capa de hielo que se rompe,
algo similar al ojo de un besugo que no deja de fotografiar la nada.
Y ella que vuela, salta, ríe, aplaude con sus alas mi terca indecisión
o el miedo.
© Angélica Morales
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